sábado, octubre 21, 2006

EUCARISTIA, UNA OFRENDA QUE SE TRANSFORMA

Por JUAN ÁVILA ESTRADA, Pbro.
San Carlos Borromeo y Padre Nuestro

Como cristianos católicos siempre hemos creído que la Eucaristía es el acto de adoración más sublime y perfecto que el hombre puede tributar a Dios. Ella está por encima de todas las devociones populares, los sacrificios, ayunos y demás manifestaciones espirituales que persona alguna pueda ofrecer al Señor.

La Eucaristía no es "mi" ofrecimiento a Dios Padre, sino el ofrecimiento de su propio Hijo Jesucristo que se hace presente en el altar para transformar nuestra vida.

Es innegable que ella, a muchos católicos, no le dice nada ni opera nada en su vida; salen tal y como entraron, les parece una acción sin sentido, "repetición de la repetidera"; no entienden sus signos, tal vez porque les importa más la forma que el contenido; creen que sólo los gritos espontáneos y la repetición de "¡Aleluyas, gloria a Dios y amén!" es lo que únicamente agrada al Padre celestial. Da la sensación que un gran número piensa que vale más lo que cada uno pueda darle al Señor que la propia entrega de Cristo, su oblación en el altar al Padre por amor a nosotros.

¿Qué hace falta en la Eucaristía para que ella adquiera todo su significado y transforme la vida? La palabra clave en esta pregunta está en la "transformación".

Vamos por partes. Cuando leemos el evangelio nos damos cuenta que la totalidad de milagros realizados por Jesús fueron producto de una especie de ofrenda de parte del hombre que el Señor después transformaría. Veamos: el milagro de las bodas de Caná se produjo porque Jesús transformó lo que el hombre le dio: agua; el milagro de la multiplicación se produjo por la transformación que hizo el Señor de lo que aquel jovencito le ofreció: cinco panes y dos peces; el milagro de las curaciones se hizo posible gracias a que cada uno de los enfermos ofreció su propia fe y eso fue suficiente para transformar la vida; el milagro de la conversión de Zaqueo se dio luego de que ofreció su casa y su mesa a Jesús y él transformó aquel acto en salvación, etc. Por el contrario, cuando nada había que ofrecer nada pasaba. Ejemplo de ello es el joven rico que no es capaz de dar sus bienes a los pobres y no es posible entonces su transformación en un hombre feliz, por el contrario, se marcha triste.

Miremos ahora: ¿por qué se transforma el pan y el vino en Cuerpo y Sangre de Cristo? Sólo porque se ofrecen. Pan que no se ofrece, aunque esté a un lado del altar, permanece siendo pan. Lo poco que cada uno da a Dios, él lo convierte en algo sublime y perfecto. Aquí es donde adquieren sentido cosas como recoger la ofrenda justo en el momento del ofertorio o pasar a depositar la bolsita de mercado para regalar a los pobres de la comunidad. Todo es un ofrecimiento que se transforma, Dios todo lo transforma; en él todas las cosas se hacen nuevas.

Que la Eucaristía de hoy no diga nada a muchos es producto de una actitud egoísta en la que nada queremos ofrecer pues en ocasiones sólo vamos a pedir en vez de dar. Pero, ¿qué es este dar? No se trata de dinero, no se trata de cosas; es el ofrecimiento de lo que usted tenga. ¿Tiene problemas? ¿Tristezas? ¿Depresión? ¿Alegría? Todo esto preséntelo en el altar al momento de ofrecer el pan y el vino y el Señor se encargará de transformarlo todo para su gloria y para su bien.

Sin duda la Eucaristía es toda ella transformante, es toda santificante. Imagínese: si Dios, por la fuerza de su Espíritu, es capaz de transformar un insignificante pedazo de pan y un poco de uva fermentada en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, qué no hará con cada cosa que usted le ofrezca. ¿No tiene nada? Entonces ofrézcale su vida, sus manos vacías, su corazón y verá lo que él es capaz de hacer.

Finalmente, no llegue a la celebración de la Eucaristía sin nada que ofrecer. Empiece este ejercicio cada domingo y se dará cuenta cuánto milagro hay en cada celebración de la misa.

No hay comentarios.: