sábado, octubre 21, 2006

LA MISION, DE CERCA O LEJOS, RESPONSABILIDAD DE TODOS

En este mes, en el que la Iglesia nos invita a orar por la evangelización de los pueblos a través de la experiencia del "Octubre Misionero", reflexionemos sobre la importancia de asumir nuestro propio proceso de evangelización y renovación.

Sucede todo el tiempo. Siempre que escuchamos de "orar o trabajar por las misiones", en lo primero que pensamos es en los misioneros que trabajan en territorios totalmente descristianizados, en países en los que existe una marcada persecución al cristianismo o que padecen pobreza extrema. En resumen, existe una idea generalizada de que la misión está avanzando "allá afuera", lejos de nuestras familias, empresas y ciudades.

Ese es el "imaginario colectivo", lo que muchos de nosotros hemos llegado a creer o a pensar sobre la misión. Y aunque no podría decirse que esta percepción es incorrecta, lo que sí podemos decir es que es imprecisa. El concepto y la realidad sobre lo que es el trabajo misionero de la Iglesia, de hecho la misión misma, va mucho más allá.

¿QUÉ ES LA MISIÓN?
Definir en una sola palabra lo que es verdaderamente la misión, no es tan complicado. Misión es igual a evangelización. Lo que quiere decir que la Iglesia vive, se extiende y adquiere su razón de ser de la misión que su Señor le ha dado: "Id anunciad a todas la gentes..."

Cuando aun era cardenal, Joseph Ratzinger, en una conferencia pronunciada en el Congreso de Catequistas y Profesores de Religión realizada en Roma, en el 2000, señalaba: "La Iglesia evangeliza siempre y nunca ha interrumpido el camino de la evangelización. Cada día celebra el misterio eucarístico, administra los sacramentos, anuncia la palabra de vida, la palabra de Dios, y se compromete en favor de la justicia y la caridad. Y esta evangelización produce fruto: da luz y alegría; da el camino de la vida a numerosas personas".

En pocas palabras, la Iglesia siempre debe estar en estado de misión. Hasta la consumación del tiempo, siempre existirá la urgencia de evangelizar, lejos o cerca; a quien vive en la región remota, o a quien habita bajo nuestro techo, todos necesitan escuchar la buena noticia, el Evangelio de Jesús.

Ahora bien, este perenne estado de misión, de evangelización en y desde la Iglesia, es acentuado periódicamente por el Espíritu Santo, que como lo afirmaba el Cardenal Suenens, "hace circular periódicamente corrientes de Gracia que fecundan y dan nueva vida a la Iglesia". De estas efusiones del Espíritu brota el dinamismo misionero que hace extender la buena nueva de la redención en todo tiempo, con nuevos métodos, lenguajes y formas para el hombre de cada momento histórico.

En la citada conferencia, el entonces Cardenal Ratzinger, añade al respecto: "Por eso buscamos, además de la evangelización permanente, nunca interrumpida y que no se debe interrumpir nunca, una nueva evangelización, capaz de lograr que la escuche ese mundo que no tiene acceso a la evangelización "clásica". Todos necesitan el Evangelio. El Evangelio está destinado a todos y no sólo a un grupo determinado, y por eso debemos buscar nuevos caminos para llevar el Evangelio a todos".

Estos "nuevos caminos" son -al interior de la miles de iglesias particulares en el mundo- verdaderos momentos de Gracia. Espacios en los que el "Sí" generoso de los creyentes desencadena verdaderas transformaciones que franquean los umbrales de la Iglesia. Es casi como una explosión de vida que hace nuevas todas las cosas. Esto ha sido una constante en la historia de la Iglesia, y sólo si comprendemos está dinámica que existe dentro de ella, podremos entender lo que es la "misión".

Teniendo esto claro, no podemos encerrar o reducir la experiencia de la misión en la Iglesia a lugares y tiempos. No existen territorios de misión, al menos no en el sentido profundo de lo que ello significa. Cada una de nuestras familias, barrios y ciudades son los primeros sitios a los que la buena noticia de la evangelización debe llegar, todos estos espacios vitales son nuestros verdaderos campos de misión, en los que este dinamismo será más o menos visible dependiendo de la respuesta libre y voluntaria de cada uno.

Esta acción del Espíritu, alma y motor de la evangelización, nos conduce a una renovación profunda y a un redescubrimiento progresivo de la riqueza bautismal. En efecto, si somos hijos de Dios por el bautismo, somos también partícipes de su afán por la salvación de todos sus hijos, de modo que "todo el que crea en Él, no perezca, sino que tenga vida eterna". Nadie que se llame cristianos, puede serlo realmente si permanece indiferente ante el alejamiento de sus hermanos.

Este ser concientes de nuestra condición de hijos de Dios, nos lleva a anunciar la buena noticia -que nosotros mismos recibimos al interior de la Iglesia- a todos nuestros hermanos; nos convertimos entonces en misioneros de la Palabra; enviados a proclamar -con la vida - "lo que hemos visto y oído".

En nuestra propia Arquidiócesis, en nuestras unidades pastorales, en cada célula, núcleo y asamblea familiar, debemos asumir nuestra condición de misioneros; todos -por el bautismo- hacemos parte de la Iglesia; de ella compartimos todo: su llamado a servir, a ser en medio del mundo instrumento de comunión... sólo así llegamos a ser verdaderos discípulos.

Nuestra Iglesia, gracias al bautismo, es una comunidad de sacerdotes, profetas y reyes, y todo proceso de misión apunta a que redescubramos esta verdad esencial de la Iglesia. Como ya lo hemos mencionado, nuestro celo misionero estará condicionado al grado de conciencia que tengamos sobre nuestro propio bautismo.

ARQUIDIÓCESIS DE BARRANQUILLA EN ESTADO DE MISIÓN
Cuando en el año 2000, en el marco del gran Jubileo, iniciaba la experiencia de la "Misión Arquidiocesana" como motor del "Proceso de Renovación y Evangelización" (PDRE) en nuestra Arquidiócesis, se presentó -para todos nosotros- la gran oportunidad de pasar de ese concepto abstracto sobre lo que es ser católico, a una experiencia concreta y más aterrizada de la vivencia de la fe.

Nuestras unidades pastorales se fueron llenando de "rostros nuevos", profesionales, amas de casa, niños, jóvenes... Todos fueron llegando poco a poco, y se encontraron con una Iglesia que les acogía y les consideraba importantes. ¿Cuántas personas han cambiado -literalmente- su vida a raíz de este proceso de evangelización? Muchos.

En la misión que hemos iniciado, un proyecto que sin duda supera en mucho nuestras fuerzas, somos testigos de la fuerza de Dios en medio de los débiles. Gran cantidad de agentes de pastoral, sin mayores talentos humanos, hoy lideran verdaderos procesos de evangelización en los que son más que evidentes los frutos de la acción del Espíritu.

El camino que aún nos queda por recorrer es extenso, pero debe animarnos la certeza de que hoy vamos haciendo caminos que otros seguirán. Nuestro empeño y compromiso hará posible que muchos retornen a la Iglesia; nuestro sí, está garantizando un mejor futuro para todos.

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